jueves, 23 de abril de 2009

José Luis le dijo buenas noches. Sus últimas buenas noches. Cada quien tendría las suyas mucho tiempo, pero nunca volverían a compartir ese mutuo deseo. Habiéndose prometido desvanecer con la noche y con la historia que habría de cobrar tantas vidas no durmió. Una promesa que sólo se había hecho a sí mismo...

Calculo las horas y sus minutos con una matemática que no era característica recurrente en los que se dedican a escribir sus peores sueños diurnos, pero José Luis era como Victoria, impredecible con cada capítulo que arrinconaba su vida intempestivamente en un final para las lágrimas. ¿De frente? No, jamás. Siempre intentó decirle a Gaby tanto sin palabras. Algunas veces podía. "Te regalo esto". Bill Evans. Peace Piece. Y José Luis cada vez, con voz casi paternal le hablaba a Victoria de todas esas canciones que sin decir nada le contaban tanto. "Es sólo un pinche piano, y me lo dice todo. Como el Serpa Pinto, ¿te acuerdas?, -dijo, siempre con el acento del lugar en donde estaba-, te enseñé una foto de ese barco. Qué historias podría contar, y lo hace al verlo." A Gaby nunca le gustó, pero nunca se lo dijo.

Estarían a mano, pensaba él, mientras bajaba las escaleras. Por las persianas apenas se asomaba en pedacitos la luna de primavera. Pudo ver, envuelto en esa luz cuarteada el sillón de la sala. Puso los papeles recargados en el respaldo, mientras Gaby dormía con un semblante que parecía ahuyentar a aquellos sueños que la traían en vela. Y José Luis quiso recordarla así mientras se alejaba con los ojos clavados en el retrovisor. El guión que había dejado en manos de Gaby terminaba con un caduco suspiro de Nicolás, su personaje de siempre con nombres distintos que apenas articulaba varias palabras siguiendo una a la otra entre espacios casi eternos. "El miedo le gana a todo".

A José Luis parecían inspirarle los funerales en primavera.




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