Los funerales en un día de lluvia parecen ser el reflejo último del mórbido sentido del humor de lo que la gente llama Dios. Al acto se habían dado cita muchos conocidos de Victoria y uno que otro ser querido. En largas gabardinas negras que hacían de sus cuerpos meras sombras contra la luminosidad de las paredes de la funeraria, dos de las pocas personas que realmente habían llegado a conocer a la joven escritora tanto como para amarla intercambiaban palabras que se arrastraban bajo la inclemencia evitando el ruido intruso de las gotas al caer.
-Es que ninguna, ninguna dueña de tanto premio y tanto aplauso podría haberse estampado contra esa chingaderota, a mitad de
-Con mayor razón –repuso ella, observando con reproche el vaso cada vez menos lleno de su viejo amigo de cuya boca ahora emanaba olor a vodka-. Es que en serio, ¿no te das cuenta? Tú siempre tan racional, ¿o tan borracho? Quién sabe. De veras, intento ponerme a pensar en lo que ella debería estar pensando. Se le vino todo abajo, como en todas sus novelas.
Nico se llevaba el trago a los labios una vez más, escurriendo siempre un poco sobre su lúgubre uniforme. Cansado y ebrio se disculpó y al dirigirse a la entrada, Gaby lo detuvo al tiempo que ella misma advertía que no sería por mucho tiempo.
-Victoria acabó convirtiéndose en una de sus tantas heroínas. Yo diría que se le subió la tinta al cerebro. Tanta fantasía suya le habrá hecho creer que… ¿Qué se puede decir? Es pronto, ¿o tú qué dices? Sus palabras en la cena donde le dieron el premio de la universidad –dijo Gaby riendo-. Aún me acuerdo ¿Tú te acuerdas Nico?, ¿Te acuerdas?
-Sí.
Hacía casi tres años, Victoria subía los escalones al escenario de su adorado auditorio por última vez. Se acercó al micrófono y después de una carraspera que era más suya que de nadie, pronunció su memorable agradecimiento. Nico estuvo ahí ese día. Palabra por palabra la imitaba cada que podía.
-Ay, miren, les juro que no quería empezar esto con el clásico noséquédecir pero una cosa es estar allá abajo y otra muy distinta, venir a hablar enfrente de una bola de sabios canosos mientras intento no cagarla. Quisiera llorarles y cumplir con el protocolo de las premiaciones –y entonces Gaby se unió al recuerdo-.
Pero ustedes ya saben cómo son las películas de amor;
tan complacientes,
y ya saben cómo va a estar el sol hoy; insuficiente.
Yo sólo hubiera preferido ser bella que inteligente.
Gracias.
Terminando, levantó su vaso ya sin uso, dio la vuelta Nico y alejándose de la pena de Gaby, caminó hacia la sala principal para unirse al llanto de los conocidos. Victoria aquella vez, recuerdan, se inclinó hacia el público, y así también dio la vuelta, desapareciendo tras las cortinas que enmarcaban aquel escenario. Su muerte, el romance de tan fatal derrota, se había convertido en el mejor final para lo tortuosa que fue su vida.
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